lunes, 2 de abril de 2012

FUEGOS



El fuego me tranquiliza. Me relaja. No soy un pirómano aunque estos comentarios puedan llevar a la duda. Sería incapaz de hacer arder ni un papel, pero la visión de algo que arde y el sonido del fuego comiéndoselo todo me tranquiliza. La noche que ardió el Windsor estaba contemplándolo con una mahou en la mano, en el ático que mi casero tenia encima de donde vivía yo, unos días antes de que se descubriera el pastel, una semana antes de que huyera de Madrid dejandome solo en aquel solar de viviendas sin puertas, semana y media antes de que me robaran, un mes antes de salir con mis maletas a buscar un sitio donde dormir, pensando que volvía a empezar, que volvía a llegar a Madrid, que de nuevo estaba con los bolsillos vacíos.






Pero esa noche allí estábamos los dos, contemplando como ardía el Windsor con una lata de cerveza. El fuego relaja. Ver arder un edificio entero nos relajaba, el resplandor del fuego a lo lejos y el sonido de los coches de bomberos convertían Madrid en un ciudad en peligro. Pero nosotros estábamos a salvo. Eramos los que bebíamos cervezas mientras ardían los demás.



Me recordó a otros fuegos.



Fuegos peores.






Era un niño todavía, un pre-adolescente, no recuerdo bien mi edad, solo se que una explosión rompió la calma que reinaba en mi plazoleta . Yo miraba como los chicos pateaban el balón, de pronto, una explosión hizo temblar nuestros adoquines pintados de campo de fútbol, le siguió el sonido de mucho cristales que se rompían, luego gritos desgarradores. Los chicos que jugaban al balón y yo que no jugaba a nada comenzamos a correr hacia el lugar de donde venía el humo negro que comenzaba a cubrir el único día del mes de Junio que el cielo estuvo azul. Recuerdo a mi madre llamándome para que volviera hacia atrás, pero no podía de dejar de caminar hacia el coche que aún ardía en llamas, los chicos que jugaban al balón volvían sobre sus pasos con las caras desencajadas, habían llegado antes que yo, yo solo veía gente alrededor del fuego y el humo negro, seguí acercándome pisando los cristales que cubrían el suelo. La sirena de la policía comenzaba a sonar a lo lejos. Un vecino se acercó a mi y me dijo "Vete a casa, no mires, aquí no hay nada que ver". Tarde. Ya lo había visto todo. Aquel hombre carbonizado era un sargento militar, la mujer que gritaba desde el balcón su mujer, E.T.A había puesto fin a su vida. Lo leí todo en el periódico al día siguiente. Esa noche no pude dormir. Las siguientes tampoco. De pronto la rutina se volvió a instalar en mi barrio. Los niños volvieron a jugar a fútbol y yo les seguí observando desde fuera, de vez en cuando miraba al cielo a ver si el azul de aquel verano se volvía negro.






Y el fuego por dentro. Uno de esos veranos de cielos mas negros que azules, en los llamados años de plomo, cuando ETA era mas sanguinaria que nunca y mi barrio era cuna de etarras donde cada dos días subían las lecheras de los txakurrak como así les llamaban los que corrían delante de las pelotas de goma y en los frontones los días de verbena sonaba "lau teilatu" mientras yo embobado me volvía a enamorar de la persona equivocada.






Del que mas gritaba por la independencia de Euskadi, el chico que mas aplaudía cuando ardía una bandera española en el ayuntamiento de mi barrio, el primero en ponerse delante de las pancartas que pedían el regreso de los presos a euskal herria. El chico que vestía camisetas con la ikurriña mas grande del barrio, el que pintaba por las paredes sus sueños de libertad, el que un día mientras sonaba "lau teilatu" y la policía entró en el frontón a cargar vino a la grada donde yo empezaba a enamorarme de él y entre el barullo de la gente que corría en todas las direcciones se tiró encima mio y caímos los dos al otro lado del frontón, Él encima mio, escuchando las pisadas de la gente que saltaba encima de nosotros y los pelotazos que resonaban cada vez mas lejos y el, sudoroso encima de mi cuerpo me dijo muy bajito "lasai" ("tranquilo"), yo cerré los ojos y deseé que nunca se fuera de allí.






Y ese fue el unico acto sexual que yo tuve ese año y los años que le siguieron, pero nunca fuí tan feliz como durante esos segundos que lo tuve encima mio.



Un día lo vi como se lo llevaban esposado en una furgoneta, después de otra manifestación, gritó un Gora Euskadi medio afónico y sentí que me miraba.



Seguí mirando aquella furgoneta mientras se alejaba entre ruidos de sirena .






Y no le volví a ver.






En mi barrio hoy todos los días son de cielo azul.Ya no hay fuegos que apagar.






El mio se enciende cada vez que vuelve a sonar "Lau teilatu"






Pero ya solo son pequeñas brasas, el fuego de verdad se apagó el día que se lo llevaron.






Hace poco en una visita a mi barrio, lo volví a ver.






Empujaba el carrito de un bebé y llevaba una camisa de marca.






Parecía que no quedase nada de aquel chico que me enamoró.






Pero tampoco queda nada de mi.






Tan solo una canción.









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