Y la última gracias a Dios.
Hice la comunión como todos los niños, por lo menos los de mi generación por dos razones, la primera por los regalos y la segunda porque no pude elegir. Nadie me preguntó y en el colegio de los Hermanos Maristas te llevaban preparando desde Primero para ese momento. Una semana antes tuvimos que confesarnos para recibir limpios de pecados el cuerpo de Cristo.
Yo por aquel entonces ya me pajeaba pensando en el delegado de mi clase, y por supuesto no pensaba decírselo al Hermano Anastasio ni bajo secreto de confesión. Así que ya sabía de antemano que recibiría el cuerpo en pecado y por lo tanto, como decían los hermanos Maristas arderíamos en el Infierno. Cuando me hice mayor comprendí que aquel infierno era el plan mas sugestivo que me podía ofrecer la iglesia, es más, en algunos cuartos oscuros de Chueca creo que habité en el infierno. Al Hermano Anastasio le confesé que había jurado en vano, que me peleaba con mi hermano y que hacíamos carreras de padrenuestros a ver quien rezaba mas rápido, cosa que le escandalizó tanto que me alegré de no confesarle lo del delegado y mis pajas que acabarían volviéndome ciego. Me recetó una decena de Aves Marías y me despidió con un cachete cariñoso en el culete, costumbre que tenía con todos los niños y que cuando crecí empecé a ver cierta perversión en ese ritual.
Durante la catequesis me enamoré para variar del más macarra de la clase. Andrés. Me gustaba muchisimo, era el niño mas guapo que yo había visto en mi vida. Me pase todo el curso precomunión admirándole en silencio.
El día de la comunión, un trece de mayo que no dejó de llover, allí estaba yo en mi casa con mi traje de marinero (otro icono gay) y mi corte de pelo a lo cazuela y una cruz de madera que me colgaba del cuello como una penitencia. Mi madre mas arreglada que nunca nerviosa por que todo saliera bien, la comida, los invitados, la misa....posaba ante la multitud de flases que mi familia muy a pesar mio trataba de inmortalizarme vestido de esa guisa para recibir a Dios,
Salimos hacia la iglesia, me senté con el resto de niños de mi generación y la suerte quiso que Andres se sentara al lado mio, estaba guapisimo vestido también de marinero y alimentando mis fantasías eróticas mas oscuras. Siempre he sido muy precoz con mi imaginación en temas eróticos. Durante la aburrida ceremonia entre bostezo y bostezo Andrés sin querer deslizó su mano a mi pierna, no se dio cuenta y durante mas de tres segundos estuvo apoyado en mi pierna temblorosa. En ese instante una erección improvisada me visitó, justo en el momento mas inoportuno porque en ese instante el cura nos mandó poner de pie e ir uno a uno en fila a comulgar. No se si alguien se ha puesto un traje de marinero pero el efecto erección es tan evidente como en un chandal de seda. Así que muerto de la verguenza mientras caminaba hacia el altar me trataba de tapar con una mano mientras pensaba en cosas horrorosas para bajar aquel bulto traicionero. Veía a mi madre sonreirme desde el banco de las madres y muchos flases inmortalizando mi erección.
Así que recibí a Cristo en erección.
No me libra del infierno ni Dios.
En la foto de grupo me tocó a Andrés delante mio, yo seguía con mi erección así que creo que le punteé sin querer, en la foto que me encontré años después le noto una cara como de "Que esta pasando ahí atrás" y mi cara de "a mi no me miren"
Mi madre decora su salón con mi foto vestido de primera comunión. Cada vez que voy a casa la giro para no verme, pero ella vuelve a ponerme de frente.
Quizas ese es el niño que quiso tener.
El marinero con cara de ángel que besa la cruz de madera.
Años luz de lo que me convertí.
Ya no giro la foto
No queda nada de aquel niño en mi.
Quizás la mirada perdida.
Y el morbo por los trajes de marinero.