Cuando era pequeño, tan pequeño que aún creía que podía volar a través de la pantalla del viejo cine de mi barrio y convertirme en un goonie me creí el niño mas feliz del mundo. Durante dos horas a la semana. El tiempo que duraban mis sueños de celuloide. Allí en aquel cine de butacas de madera donde las entradas para niños costaban los mismo que una palmera de chocolate vivió el Bruno que nadie conocía. El Bruno que deseaba que nunca terminase la película para regresar al mundo donde no era el goonie salvador de su casa y la de sus amigos, allí donde no era el amigo de E.T el extraterrestre, en aquel mundo real donde no acompañaba al guerrero Atreyu a salvar al pais de Fantasia de las garras de la nada. Prefería quedarme en aquella butaca de madera empalmado imaginandome en brazos del mas guapo de los goonies (Mikey) o bésandome con Bastian en nuestra Fantasía, que era un mundo gay donde todos me respetaban. Pero ese mundo solo tenía los centímetros que ocupaba mi culo durante las dos horas que cada domingo me dejaban escapar de mi prisión para volar con todos mi héroes que formaban mi cuadrilla de amigos y que hoy en día lo siguen siendo, y cuando la tele recupera alguna de esas películas que me hicieron mi adolescencia mucho mas facil no puedo evitar pensar en Bruno, en aquel pequeño Bruno que se quedaba solo en el cine viendo los titulos de creditos de después de la pelicula, empalmado porque su imaginación había vuelto a jugarle una mala pasada, acostándose con alguno de aquellos guapos protagonistas que hollywood había puesto en bandeja en aquel cine de barrio donde todos los domingos a las cinco de la tarde viajaba a lugares de donde nunca quiso volver.
Un domingo me enteré que cerraban aquel cine. Entonces me quise convertir en un goonie y buscar el tesoro que salvase mi sitio favorito y que de paso me salvara a mi. Pero no hubo tesoro ni barco pirata ni final feliz porque mi vida no es una pelicula americana.
Y cerraron el cine, en la ultima sesión volvieron a repetir los Goonies, y en la escena final donde salvaban sus casas lloré. Lloré porque creí no encontrar el tesoro. Pero lo tenía en mis manos. El tesoro era todo lo que aquel cine había echo por mi. Tenía que dejarlo caer para yo seguir creciendo.
De mayor he seguido yendo mucho al cine. Y me sigo quedando en los títulos de créditos.
Porque me sigo empalmando.
Y siguen tirando cines.
Y yo sigo viendo barcos piratas alejarse en el mar.